Por Gabriella Waaijman, Global de Acción Humanitaria, Save the Children
El tiempo apremia.
Han pasado más de una semana desde que dos terremotos de magnitud superior a 7,6 sacudieran el sur de Turquía y el noroeste de Siria. El número de muertos -más de 24.000- sigue aumentando y la ayuda internacional apenas empieza a llegar a las zonas que más la necesitan. La población siria lo ha vivido todo. Ha sido bombardeada. Ha sido desplazada a la fuerza. Ha soportado el peso de un conflicto que ha destruido innumerables vidas y medios de subsistencia. Y ahora esto.
Ayer, una de las organizaciones socias de Save the Children en Siria nos dijo: "En 2013, una bomba cayó en mi casa. Mi padre murió y quedó sepultado bajo los escombros... pero este terremoto fue aún más aterrador. No puedo describir cuánto duró por el dolor, el miedo, la rabia que sentí. Vi toda mi vida pasar por delante de mí y me quedé helado de miedo. Miré a mi mujer y a mis hijos mientras el edificio temblaba, y me sentí tan impotente".
Este desgarrador testimonio ilustra el horror que vive hoy el pueblo sirio. Esto se suma a los últimos 12 años que han sido una pesadilla de la que el pueblo de Siria ha sido incapaz de despertar.
Una y otra vez, son las propias personas supervivientes de estos horrores -muchas de ellas y ellos trabajadores humanitarios de primera línea- los primeros en responder. En la última semana, hemos visto las imágenes de supervivientes en Siria y Turquía sacando a sus vecinas y vecinos de entre los escombros. Hermanos protegiéndose unos a otros hasta que llega la ayuda. Rescatistas locales removiendo los escombros con sus manos o con cualquier equipo que encuentren con la esperanza de encontrar vida debajo. Personas que utilizan camionetas destartaladas para transportar ayuda y suministros esenciales a las familias necesitadas.
Gran parte del trabajo recae en las personas de las comunidades afectadas por las crisis y en las organizaciones locales que están presentes donde normalmente no lo están las organizaciones mundiales. Ellas son las que siempre se quedan y cumplen, mucho después de que los titulares de los medios de comunicación pasen a otra cosa.
Ya hemos visto cómo las comunidades locales se han unido para ayudar a quienes lo necesitan. Un hombre dijo a nuestra socia local en Idlib que su esposa estaba dispuesta a amamantar a cualquier bebé que perdiera a su madre. Otro se ofreció a alojar a familias en sus dos casas que no quedaron destruidas. Otras personas ofrecieron herramientas y maquinaria para excavar entre los escombros. Algunas repartían comida por las calles y había prisa por donar cuando los hospitales pedían sangre.
Estos terremotos son la mayor catástrofe natural que ha asolado esta región en décadas, y se está convirtiendo en una de las peores crisis humanitarias de los últimos años, creando necesidades a una escala sin precedentes. Según la ONU, sólo el 5% de los lugares y pueblos afectados en las zonas del noroeste de Siria controladas por la oposición están siendo cubiertos por las operaciones de búsqueda y rescate, pero los esfuerzos continúan en todas las zonas afectadas de Siria. Los edificios que resistieron los incesantes bombardeos durante los peores años del conflicto se han derrumbado por completo.
Esto nos indica lo urgente que es hacer llegar los fondos y el apoyo a las manos de quienes pueden prestar ayuda lo más rápidamente posible. En una carrera contrarreloj, el imperativo humanitario de salvar vidas nos obliga a hacer todo lo que esté en nuestras manos para hacer llegar fondos y recursos a los grupos y organizaciones locales de primera línea que están salvando vidas. Esta financiación debe ser rápida, lo más directa posible y sostenida en el tiempo, para que las comunidades puedan reconstruirse y recuperarse.
La ayuda debe aumentar urgentemente. Se avecina una segunda oleada de crisis que podría provocar aún más muerte y destrucción. Este año ya iba camino de registrar los mayores índices de hambre en Siria desde el inicio del conflicto. Si a esto añadimos la falta de refugio, de acceso al agua potable y la destrucción de los servicios de saneamiento, tenemos un caldo de cultivo para enfermedades transmitidas por el agua, como el cólera, que ya fue un grave problema en Siria el año pasado. Ahora es más importante que nunca apoyar a los que están allí para quedarse.
Los esfuerzos de ayuda ya se han visto obstaculizados por las continuas réplicas, las terribles condiciones meteorológicas, los daños en carreteras y aeropuertos y la interrupción de los mercados locales. Pero no podemos permitir que los esfuerzos de ayuda se vean obstaculizados también por agendas políticas. El impacto humanitario de esta catástrofe es dramático y la oportunidad de evitar aún más pérdidas de vidas humanas se está acabando rápidamente.
Ahora es el momento de que los gobiernos faciliten todas las modalidades posibles para hacer llegar la ayuda a quienes pueden prestarla. En todas las zonas afectadas de Siria, los pasos fronterizos deben abrirse completamente para permitir el paso de suministros y equipos de rescate a los necesitados. Deben aplicarse exenciones para hacer llegar fondos humanitarios a las zonas afectadas por las sanciones. Y, lo que es más importante, la financiación directa de las organizaciones locales de Siria y Turquía que están -y siempre han estado- en primera línea debe ser una prioridad absoluta.
El futuro de unos 7 millones de niñas, niños y adolescentes afectados en Siria y Turquía pende de un hilo. De nosotras y nosotros depende hacerlo bien.