Níger: graneros
casi vacíos.
Faltan gasolina
y enfermeras.
#STOPHAMBRE
Por Celia Zafra, responsable de Comunicación en Save the Children.
Lo dicen los datos y lo dicen lo que hemos visto con nuestros propios ojos: nos enfrentamos a unas cifras de hambre en el mundo como no veíamos hacía décadas.
Nuestros estudios y los de otras organizaciones internacionales hablan de que la hambruna podría matar a 49 millones de personas, el equivalente a la población de España. Un equipo de Save the Children España se ha desplazado a Níger, uno de los países más pobres del mundo, para documentar la magnitud de lo que se avecina si no hacemos nada para evitarlo. Yo formaba parte de ese equipo y hay para mí un antes y un después de ese viaje.
Hemos visto cómo los centros de atención a la desnutrición en las zonas rurales, como la que visitamos en Aguié, al sur del país, empiezan a llenarse de niños y niñas que sufren las consecuencias del hambre en sus cuerpos. Y lo que nos han contado es que esto es solo el principio: lo peor se espera dentro de un mes, cuando los graneros estén vacíos de reservas y todavía falte mucho para recoger los frutos de la nueva cosecha, cada año menos abundante, porque los efectos del cambio climático aquí no se discuten, sólo se sufren.
“Necesitamos con urgencia dos cosas: gasolina y enfermeras. Gasolina para las ambulancias, porque el precio del combustible se ha disparado. En esta época de siembra que empieza, o vamos a buscar a los niños desnutridos allá donde están, o las madres no podrán traerlos. Muchos morirán en su espalda mientras ellas plantan las semillas”, nos dice Ibrahim Seydou, enfermero y responsable del centro. Lo dice con calma, porque no es la primera vez que lo ve. Pero para mí sí lo es, y después de escucharlo ya solo puedo pensar en escuelas de enfermería y en surtidores de gasolina y en tierras con brotes de mijo y en bebés que hoy lloran y mañana quizás no lloran ya.
Se supone que esta franja de tierra desde la que casi se toca Nigeria -estamos a unos 50 km de la frontera- es la más fértil del país. Cómo será la más yerma, pienso, porque sólo veo matojos y camellos arando y se planta sólo un cereal: el mijo, base de toda la dieta. Como mucho, se encuentran cacahuetes, y mujeres separando la cáscara del fruto de los cacahuetes. Mujeres sembrando, mujeres cuidando, mujeres cocinando. Mujeres mirando a sus hijos mientras lloran y cuando no tienen fuerzas ni para llorar.
Sólo en este país localizado en la franja desértica conocida como Sahel, pasarán hambre este año más del doble de personas que en 2021. Son 1 de cada 7 habitantes, más de 3,5 millones de seres humanos que van a encontrar enormes dificultades para alimentarse este verano. De ellos, como siempre, los más afectados son el medio millón de niños y niñas menores de 5 años, que sufren las peores consecuencias de la desnutrición. Esos son los números, pero los rostros son los que yo vi en esa sala de camas blancas y de ventiladores en el techo y de respiración contenida. Los ojos que te miran y a los que no pude mirar porque me pesaban en los párpados toda la injusticia del mundo.
A las sequías cada vez más frecuentes se han unido esta vez lo que llamamos la catástrofe de “las 3 C”: los conflictos -como el de Ucrania, que ha supuesto un aumento de precios de los cereales y fertilizantes-, la crisis climática y la COVID-19 y sus efectos, que todavía son muy palpables. Para paliar esta situación crítica, Save the Children ha empezado a transferir dinero en efectivo a las familias más vulnerables, lo que ha permitido a unas 9.000 personas, madres, padres e hijos, sobrellevar la falta de alimento en sus comunidades. Además, facilitamos harinas enriquecidas para completar la dieta infantil, que carece de las proteínas y vitaminas que serían necesarias para que los niños crezcan adecuadamente.
En la aldea de Dan Keri, hablé con Tayaba, que tiene 40 años y 7 hijos, y prepara bolas de mijo desde bien temprano para alimentarlos. Con ese dinero que le llega dice que puede comprar un saco de cereal, que les da para el alimento de una semana. ¿Y si se acaba esa transferencia de efectivo cómo vais a resolver?, le pregunto. Ni no llega, no resolveré. Podría buscar una solución, pero sé que no la hay.
Sé que para combatir de verdad el hambre necesitamos modernizar un sistema agrícola que no da más de sí, que necesitamos que Tayaba y todas las mujeres y las niñas de este país sepan leer y escribir, pero mientras eso llega, y al menos durante este verano, nos concentraremos en lo urgente para que sus hijos sobrevivan: los sacos de cereal, las enfermeras, la gasolina.
Fotos: © Pedro Armestre / Save the Children