Las ganas de aprender

[caption id="attachment_151" align="aligncenter" width="648" caption="Camino de Gogokro"][/caption]

En Costa de Marfil hay niños y niñas que caminan nueve kilómetros todos los días para poder ir a la escuela. Niños que no remolonean en la cama cuando suena el despertador porque aún tienen dos horas de camino por delante, después de echar una mano en casa con los más pequeños, hasta llegar a clase.

Muchos de esos niños y niñas ni siquiera tienen un aula o un pupitre en el que aprender. Se reúnen con un profesor voluntario bajo de un árbol o en un chamizo  improvisado. Son tantas sus ganas de aprender que se empeñan en ir a clase haga sol o llueva. Hay un solo profesor para niños de diferentes edades y los más mayores ayudan a los más pequeños.

Nuestros compañeros en Costa de Marfil llevan años trabajando para que estos niños y niñas tengan una escuela, un techo que les resguarde de la lluvia mientras aprender a sumar, pupitres donde sentarse con sus compañeros y material escolar para aprender a leer. El objetivo es que estas escuelas no formales sean reconocidas por el Ministerio de Educación convirtiéndose en escuelas oficiales de forma que los profesores estén pagados por el Estado en vez de por los padres ya que muchos de ellos no tienen esa posibilidad. También proporcionamos formación a los profesores para que los niños y niñas reciban una educación de calidad y algo muy importante, enseñamos a los niños y niñas que tienen derechos; la educación es uno de ellos.

No valen las actitudes derrotistas, las excusas que no ponemos para no hacer nada desde aquí, ver los problemas como demasiado grandes o complejos, lejanos. Es posible revertir esta situación, es posible lograr la educación universal. Si otros países lo han conseguido ¿por qué no Costa de Marfil? Y no hace falta irse muy lejos para buscar ejemplos. Tenemos uno muy cercano con el que cualquiera de nosotros se puede identificar, se llama España. Una España en la muchos de los niños de la post-guerra no pudieron ir a la escuela.

Desde que era muy pequeña recuerdo a mi padre insistiendo en lo importante que era atender en el cole, estudiar y sacar buenas notas. Contándome que mi abuelo no sabía leer y escribir porque nunca pudo ir a la escuela, y que él tenía que caminar durante hora y media después de ayudar a su padre en el campo para poder al colegio. Igual que los niños y niñas con los que hemos compartido juegos y risas en Costa de Marfil.

Es posible cambiar las cosas y cada uno de nosotros podemos hacer muchas cosas. Desde pedir a nuestros gobiernos que conviertan a la educación en países en conflicto en una prioridad, hasta correr simbólicamente los kilómetros que todos esos niños y niñas caminan todos los días para ir al cole para recaudar fondos con los que proporcionarles una escuela, libros o profesores con una mejor formación.

Un abrazo para todos,

Lourdes