Historia de mi viaje
Un viaje como este requiere mucha preparación. Logística, y también mental. No puedes olvidarte las vacunas, ni el repelente antimosquitos, pero a la vez te pasas el trayecto pensando en cómo vas a reaccionar cuando llegues a destino, a un contexto que te resulta desconocido.
Senegal está en la costa occidental de África, justo enfrente de Cabo Verde, para que te ubiques. No es un destino lejano, aunque entre mi casa y la comunidad rural donde está el proyecto de Save the Children hay casi 5.000 kilómetros. Kolda está en el interior, muy lejos del mar, en una región verde verdísima llamada Casamance. Su símbolo es el baobab. Vimos un montón en el trayecto por carretera desde Cap Skirring, donde llegaba nuestro vuelo, después de hacer escala en Dakar, la capital del país. De ahí, cuatro horas de coche hasta Kolda y al día siguiente, más coche hasta las aldeas que íbamos a visitar. Ni es fácil llegar, ni es fácil salir.
Era julio y aunque estaba a punto de empezar la temporada de lluvias, el sol era implacable a mediodía, pero teníamos que rodar. Aquí veis a Elisa, del equipo de Save the Children en Senegal, sujetando un paraguas para que me diera un poco de sombra y la imagen no saliera quemada (ni yo derretida). Pedro Armestre, nuestro cámara, perdió unos cuantos kilos por cada sesión de rodaje...
No sé ve, pero detrás, las niñas de la familia jugaban a la rayuela. Aquí se llama "jeu de pion”, pero es exactamente lo mismo. Esta globalización del juego me gusta (y también les gustó a las compañeras de comunicación de Save, que se lanzaron a tirar la piedra y a saltar a la pata coja).
La idea era pasar todo el tiempo posible con las chicas que forman parte del proyecto. Compartir su vida diaria y escucharlas, escuchar mucho. Ser embajadora de Save the Children implica preguntar para entender mejor. Regresé a casa con los estereotipos vueltos del revés. Estas adolescentes no son frágiles. Tienen muchas carencias, pero solo necesitan un poco de apoyo para cambiar su mundo.
Es agotador ser adolescente en una comunidad rural como esta; lo hacen todo: sacan agua del pozo, cocinan, cuidan de los hermanos pequeños, riegan... Me tengo por buena cocinera, pero nunca había guisado en una olla como estas, dentro de una cabaña con más de 40 grados. Eso sí que es resistencia a los elementos.
Lloré un montón con todas cebollas que me tocó pelar para preparar el cordero con el que se celebra la Tabaski, la gran fiesta anual en Senegal, pero así no tenía que disimular lo que me costaba despedirme de las chicas.
El segundo día, después de comer, fuimos a otra aldea a visitar a Kadidiatou. Tiene solo 12 años. Le hacía mucha ilusión enseñarme todos sus vestidos. Los preparan con mucha antelación para la fiesta y los guardan como oro en paño.
Las mentoras son unas mujeres potentísimas. Son maestras y hacen todo lo posible por mantener a las niñas en la escuela cuando acaba la educación primaria. Se han convertido en un referente para ellas. Profesionales, independientes; cuando ellas hablan, las niñas las escuchan. Y sus familias también. Son una pieza clave del proyecto. Aquí veis a Prisca Honoré, que llega a cada aldea para dar clases de refuerzo.
Durante el tiempo que estuve en Senegal, también me reuní con varios imanes y jefes de poblado. Antes de que el proyecto de Save the Children se pusiera en marcha, ninguno le daba mucha importancia a la educación de las niñas y ahora ninguno la cuestiona. Todo un éxito.
El último día, en el mercado de Kolda, una familia navarra que estaba de vacaciones en la zona me reconoció. Nos echamos unas risas mientras comíamos anacardos, que están riquísimos. No les pudimos contar nada de la campaña que estábamos preparando, pero espero que la vean en la tele o en YouTube y se sumen a ella.
#CásatecontraelMatrimonioInfantil