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Trabajo infantil en Líbano: el día que conocí a Tourki

Este post ha sido escrito por nuestra compañera en Líbano Mona Monzer.

Era un día soleado después de una gran tormenta en Bekaa, al este de Líbano. El día antes, estaba visitando uno de los asentamientos de tiendas de campaña en la zona. Allí conocimos a personas que acababan de llegar de Idlib y Aleppo, en Siria. En el campo estaban viviendo en situación de vulnerabilidad sin acceso a agua, electricidad ni comida. Una mujer mayor nos ofreció te en su tienda de campaña donde algunos de sus hijos y nietos se acercaron para beber sus bebidas calientes con nosotros. Todos estaban muy callados. Era fácil adivinar la preocupación y la tristeza en el rostro de la mujer pero por alguna razón no quería compartir lo que le preocupaba. Nos fuimos unas  horas después, tras visitar y hablar con las personas refugiadas recién llegadas.

De camino al hotel, pude ver como ambos lados de la carretera estaban llenos de tiendas y niños corriendo. Me hizo pensar en los más de dos años que han pasado ya desde el comienzo de este conflicto. Desde el comienzo de la violencia brutal en Siria. Me hizo pensar también en la guerra civil que en Líbano duró más de 15 años y que acabó en no una auténtica reconciliación entre las partes. Yo no viví personalmente la guerra de Líbano pero el relato de mis padres y mis abuelos siempre me ha generado mucha tristeza y el deseo de irme. Pero sigo aquí. Solo gracias a la resiliencia nuestra gente ha sido capaz de construir y adaptarse a las circunstancias. ¿Ocurrirá lo mismo con los sirios? ¿Se tendrán que adaptar? Y la comunidad internacional, ¿soportará con resiliencia los que está sucediendo en Siria año tras año?

Me resulta imposible no conmoverme cuando conozco a un niño como Tourki, que con solo 10 años, se hace cargo de sus cinco hermanos y hermanas pequeños, de su padre y de su madre. Todos llegaron hace dos meses desde Siria y ahora viven en los campamentos asentados en Bekaa. Tourki lleva en un carretillo todas la chatarra que encuentra por las calles colindantes. Cuando le conozco, estaba eligiendo las piezas que luego podría vender.

Trabajo todos los días desde las siete de la mañana hasta la una de la tarde, recogiendo chatarra de donde puedo. Después trato de vendérsela a adultos que algunas veces, me pegan. Más o menos me saco 15,500 libras libanesas. La vida no es agradable aquí. Estoy triste porque mi padre no puede encontrar trabajo. Pero necesitamos el dinero porque mi familia necesita comer.”

Una vez que Tourki llega a la tienda de campaña con la que vive junto a su familia, Tourki juega con sus amigos y con sus primos. Durante el tiempo que pasé con él, solo puede ver la sonrisa en su rostro mientras jugaba con los niños de su edad. Sus hermanas y hermanos eran muy tímidos y apenas se separaban de su madre. Ninguno de ellos va a la escuela, ni aquí, ni en Siria durante los últimos dos años.

Tourki no quería volver a la escuela, lo cual me sorprendió mucho ya que la mayoría de los niños sirios que he conocido solo quieren volver al colegio, hacer nuevos amigos y prepararse para el futuro.

No me gusta ir a la escuela. Las escuelas estaban bombardeadas en Siria. No eran seguras para nosotros. No quiero volver a la escuela pero espero poder volver a Siria, a nuestro hogar”.

En Tourki quedaban pocos signos de la inocencia, la simplicidad o la belleza que supone la infancia. Tourki era un niño con enormes responsabilidades. No puedo evitar sentirme culpable porque el mundo parezca un lugar triste tras sus ojos; me siento culpable por las pequeñas cosas que me molestan y que apenas son nada frente a las condiciones a las que Tourki se tiene que enfrentar a su edad.

En el camino de vuelta, pensé en Save the Children y como podemos apoyar a niños como Tourki, en sus circustancias. Su familia ha recibido material para el refugio y apoyo a través de la educación, la protección infantil y la distribución de artículos esenciales.