Sueños sobre el derecho a la educación
Esta entrada ha sido escrita por nuestra compañera Virginia Rodriguez, Coordinadora de investigación y seguimiento de políticas en Save the Children.
Puede sonar a forma extrema de llevarse el trabajo a casa, pero déjenme explicarme. Esta semana en la que tanto se ha hablado sobre educación en este país, he vuelto a soñar con Sam Seaborn. Y como probablemente muchos de ustedes no le conozcan, voy a hacer los honores. Sam Seaborn es el director de comunicación adjunto de la Casa Blanca durante la Administración Bartlet. ¿Les suena? Vale, es el personaje que interpreta Rob Lowe en la utopía artúrica de caballeros armados con licenciaturas de la Ivy League que es El Ala Oeste de la Casa Blanca. No es (sólo) por lo guapísimo que está Rob Lowe con traje (que también, aunque espero que no me tengan esto demasiado en cuenta), es por un monólogo en concreto. Éste:
La educación lo es todo
Sueño y sonrío hecha un ovillo pensando que exactamente a partir de esta idea y esta pregunta debería articularse el debate sobre educación en este país. A las 6:45 de la mañana suena el despertador y el debate soñado sobre la educación se transforma en otro muy diferente, perturbadoramente alejado de los colegios-palacios a los que acudir para que profesores motivados y despreocupados de precariedades laborales y sueldos ajustados inspiren y acompañen a los niños y las niñas a descubrir el mundo y todo aquello de lo que son capaces de hacer en él.
Alrededor de las 7:30 de la mañana ya estoy inmersa en la lógica de lo cotidiano, sucumbiendo al torrente de información que habla de crisis económica y de ajustes necesarios. En el fondo se trata de hacer la educación más rentable en el corto plazo y mejorar los resultados del “gasto” en el sistema educativo. Ese es el eje de la discusión.
La educación es la bala de plata. La educación lo es TODO. No necesitamos pequeños cambios, necesitamos cambios gigantescos, monumentales. Los colegios deberían ser palacios. Competir por contratar a los mejores profesores debería ser una lucha feroz. Y éstos deberían ganar salarios de 6 dígitos. Los colegios deberían ser increíblemente caros para el gobierno y totalmente gratuitos para los ciudadanos, como la defensa nacional. Esta es mi posición… Pero aún no he encontrado el modo de hacerlo.”
Hacia el mediodía, me encuentro buscando compulsivamente información sobre el estado de los debates y del proceso legislativo de la Ley Orgánica de Mejora de la Calidad Educativa (remitida por el Consejo de Ministros a las Cortes Generales el pasado 17 de mayo los posicionamientos de actores clave, el nombre y correo electrónico de quienes participan en las reuniones donde se decide el presupuesto y los principios que vertebrarán la enésima reforma del sistema educativo (LOGSE, LOE, LOCE, LOMCE).
Los problemas que se han querido abordar con todos los cambios que han modificado el sistema educativo español las dos últimas décadas han sido los mismos: las altas tasas de fracaso y abandono escolar, y siguen sin resolverse. Y pienso que tal vez el único problema de verdad haya sido perder de vista la perspectiva esencial: “La educación del niño deberá estar encaminada a desarrollar la personalidad, las aptitudes y la capacidad mental y física del niño hasta el máximo de sus posibilidades.” (artículo 29.1.a de la Convención sobre los Derechos del Niño).
Inversión en educación versus gasto en educación
Cuestión de perspectiva ¿gasto en educación? El primer paso imprescindible es dejar de hablar de “gasto” en educación y ver el dinero público que se destina al sistema educativo como lo que es, una inversión en el capital más valioso de la sociedad.
Tras pasarme el día analizando y tratando de hacer ver que cualquier ahorro en educación pasará factura, apago el ordenador pensando con cierta envidia en lo que sucede en Francia, donde la educación figura como prioridad en la agenda política desde la campaña electoral presidencial, y se ha blindado el “gasto” educativo a toda tentativa de ajuste del gasto público, incluso se ha aumentado esta partida presupuestaria. Pero sobre todo donde los términos del debate sobre la reforma del sistema educativo son otros: “La idea es que la educación nacional sea un gran hogar, y que los jóvenes encuentren en ella una perspectiva y una vía de formación” dice Vincent Peillon, Ministro de Educación francés.
Cae la noche me conjuro a intentarlo de nuevo mañana: frente al ordenador donde reviso las noticias, con la Convención sobre los Derechos del Niño y su artículo 29 subrayado en fosforito en una mano y un DVD de la primera temporada de El Ala Oeste en la otra. Y tras soltar toda la parafernalia para meterme en la cama se me ocurre que tal vez haya un Sam Seaborn o un Vincent Peillon en alguna de las reuniones donde se decide el futuro de la educación de este país.
Y apago la luz lista para soñar de nuevo.