Sobre el amor y la violencia
Siguiendo con la reflexión y el trabajo que venimos haciendo en la Dirección de Sensibilización y Políticas de Infancia sobre Violencia hoy tenemos la oportunidad de publicar una entrada de la que fue responsable de los Programas de Violencia contra la Infancia en Save the Children y que en la actualidad, y desde hace más de 10 años, desarrolla su labor profesional como consultora en Infancia, afectividad y protección en Espirales: Pepa Horno Goicoechea
Todos los expertos y organizaciones que trabajan para erradicar la violencia contra la infancia coinciden en que no existen datos sobre la incidencia de esta problemática en España. Y es verdad. No existen datos fiables sobre su magnitud real porque este drama no ha sido priorizado lo suficiente como para invertir los recursos humanos y económicos que hacen falta para obtenerlos. Pero seamos claros: datos sí hay. Aunque sean sólo de algunas de las formas de violencia, estén disgregados o sin sistematizar o partan de definiciones dispares.
Pero es interesante mirar lo que esos datos pequeños, parciales y disgregados nos dicen. Porque prueban un drama cuya magnitud sólo dejan entrever. Y coinciden en algunas claves que debemos estudiar. La primera, que la violencia contra la infancia en España es mayoritariamente una violencia cometida en el entorno cercano de los niños, niñas y adolescentes, por parte de personas que ellos conocen y quieren. No son los desconocidos, ni los locos, ni sólo los extranjeros (los datos también coinciden en que la mayoría de los agresores y agresoras son ciudadanos españoles). Son las madres y los padres, los familiares, los profesores, los amigos mayores, las parejas, los educadores…personas con vínculos afectivos con los niños, niñas y adolescentes. Incluso aquellas personas que se les acercan a través de las nuevas tecnologías para agredirles, crean primero un vínculo afectivo con ellos si no lo tienen ya fuera de la red.
De este modo, los niños, niñas y adolescentes víctimas de violencia unen dentro de sí el amor y la violencia.Salen doblemente dañados porque desarrollan mecanismos disociativos para sobrevivir a la violencia, e interiorizan modelos afectivos destructivos que, si no tienen oportunidad de elaborar y transformar, reproducirán en otras relaciones afectivas que tengan en su vida: sus amigos, sus parejas o sus hijos. Pero también viven doblemente aterrorizados, porque quien les agrede no es desconocido sino alguien presente en su vida cotidiana, a quien quieren y al mismo tiempo temen. Alguien que puede amenazarlos o chantajearlos para que no revelen lo que les ocurre y de quien, muchas veces, sienten que no pueden escapar.
El Estado es responsable de ese terror y de ese daño si no toma las medidas necesarias para erradicarlo. Debeatender a las víctimas de una forma integral y especializada y garantizar una prevención eficaz a través de la formación de los profesionales (ninguno de los curriculums académicos de las profesiones relacionadas con infancia: médicos, docentes, psicólogos, trabajadores sociales…incluyen una asignatura sobre este tema), los programas de acompañamiento socio afectivo a las familias en los primeros años de vida del niño o los programas de prevención para los niños y niñas desde la educación infantil.
Y la sociedad, todos nosotros, somos responsables de ese terror y ese daño si no exigimos a nuestras instituciones con nuestra voz y nuestro voto que asuman estas medidas. Y, por supuesto, si como padres, vecinos, amigos o profesionales miramos para otro lado cuando esa mirada de terror es la de cualquier niño o niña que conocemos.