Rohingya
2 años sin justicia
Dos años después siguen esperando justicia: por qué no podemos olvidar a los niños y las niñas rohingya
Por David Skinner, responsable de la respuesta humanitaria de Save the Children en Cox’s Bazar (Bangladés)
A sus 13 años de edad, Fátima* ya es consciente de la importancia de estudiar. Huyó, sin ninguna pertenencia, de la violencia en Myanmar hace dos años. Ahora vive en el campo de personas refugiadas más grande del mundo con su padre y su madre, dos hermanas y su abuelo. Se ha enfrentado a dificultades que la mayoría de los niños y las niñas de su edad nunca enfrentarán. Quiere ser maestra, pero no cualquier maestra, ella quiere enseñar a las niñas porque le importa que tengan la oportunidad de estudiar.
Fátima* quiere tener un futuro, al igual que cientos de miles de niños y niñas rohingya que tuvieron que abandonar sus hogares. Dos años después de la crisis, sin embargo, todavía viven en condiciones lamentables. Tienen pocas esperanzas y los responsables de las atrocidades aún no se han enfrentado a la justicia. Es hora de que el mundo se asegure de que los niños y las niñas rohingya obtengan justicia por todo lo que han sufrido. Necesitan protección para que no vuelva a suceder, necesitan un futuro.
¿Qué ha pasado en la crisis de los rohingya?
En agosto de 2017, más de medio millón de niños y niñas rohingya fueron obligados a abandonar sus hogares. Hasta la fecha ha sido el último gran desplazamiento de personas a gran escala.
Los niños y las niñas rohingya nos han contado que presenciaron violaciones, torturas y asesinatos. Algunos fueron violados y torturados; muchos presenciaron como amigos y familiares fueron asesinados. Todo lo que podían hacer era correr mientras sus casas ardían.
Cruzaron la frontera desde Myanmar hasta Bangladés, llevándose muy poco con ellos. En un notable acto de solidaridad, el pueblo de Bangladés les dio cobijo, así como la sensación de seguridad que les faltaba en Myanmar. El mundo se unió para apoyarlos: se aseguró de que los niños y niñas refugiados y sus cuidadores tuvieran un lugar donde vivir y la oportunidad de ejercer sus derechos básicos.
Debido a esta movilización, la tragedia de un exilio forzado no condujo a un segundo desastre humanitario. Se despejó una gran área de selva en el Cox’s Bazar, se erigieron refugios improvisados, se facilitó alimento a los niños y las niñas y se controlaron los brotes de enfermedades. A pesar de evitarse una emergencia de salud importante, casi un millón de refugiados siguen sufriendo.
Loe escenarios en Cox’s Bazar
Desde Save the Children hemos estado trabajando en Cox’s Bazar desde 2012, brindando apoyo a las personas más vulnerables, tanto niños y niñas refugiados como bangladesíes, en salud, nutrición, higiene, educación y, sobre todo, protección infantil. Hasta la fecha, hemos llegado a más de 400.000 niños y niñas con nuestras intervenciones, salvando un innumerable número de vidas.
Pero, la seguridad y el bienestar de los niños y las niñas refugiados rohingya como Fátima* sigue siendo sombría. Ella quiere aprender, pero no tiene opciones cuando se trata de educación secundaria o superior. Al proporcionar solo una educación básica y de nivel primario en los campamentos, estamos fallando a los niños y las niñas rohingya, arrebatándoles la oportunidad de servir a sus comunidades y al mundo en general. Y en Save the Children consideramos que no es aceptable.
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Los hogares en los que viven los menores son temporales, hechos de láminas de bambú y plástico. No sobrevivirían a vientos fuertes, y mucho menos a un ciclón. Uno de cada diez niños y niñas todavía está en situación de desnutrición. El miedo al tráfico de personas, a las drogas y a los delitos violentos en los campamentos hacen que los menores se sientan inseguros. Las tareas simples, como buscar agua o ir a la letrina después del anochecer, pueden ser peligrosas ya que los niños y niñas pasean por los campamentos mal iluminados.
No solo los niños y las niñas refugiados rohingya necesitan nuestra ayuda, también los de Bangladés que viven en las comunidades, que dieron la bienvenida a los rohingya hace dos años, han cambiado por completo su vida. Una tranquila red rural de pueblos y pequeñas ciudades mercantiles han tenido que lidiar con la llegada de un millón de personas. Las casas y los pueblos ahora son más susceptibles a las inundaciones y los deslizamientos de tierra debido a la degradación del bosque circundante. Los servicios de salud que ya estaban a plena capacidad están sobrecargados. Los recelos están aumentando. Los menores de la comunidad de acogida también tienen dudas sobre su futuro.
Sin embargo, dos años después no estamos más cerca de una solución, no hay salida para los más de 500.000 niños y niñas que viven en los campamentos en Cox’s Bazar. La perspectiva de un regreso seguro, voluntario y digno a Myanmar es remota. Ningún tercer país se presenta para ofrecer el reasentamiento. Tampoco hay posibilidades de una reubicación definitiva dentro de Bangladés.
El cliché, a menudo tristemente asociado con los refugiados, de que los niños y las niñas rohingya son una generación perdida se está comenzando a difundir. Pero no están perdidos. El mundo sabe dónde están. Necesitan apoyo ahora para asegurarse de que puedan aprender, que estén seguros, de que estén sanos y que puedan tener justicia. No deben ser olvidados.
Soluciones a la crisis
El Gobierno y el pueblo de Bangladés han hecho un gran bien al proteger a la población rohingya en los últimos dos años. Necesitan apoyo continuo de todo el mundo.
Pero la solución a largo plazo reside en Myanmar.
Deben crearse condiciones para apoyar el regreso voluntario y seguro de los rohingya a Myanmar, donde el Gobierno debe cumplir con una de las responsabilidades más básicas de cualquier Estado: garantizar el mismo nivel de seguridad y humanidad para todas las personas en el país. Asimismo, las personas responsables de los crímenes contra la población rohingya deben rendir cuentas por lo que han hecho.
A los rohingya se les debe otorgar la ciudadanía del país donde nacieron y donde crecieron. En conformidad con la Convención de las Naciones Unidas sobre los Derechos del Niño, todos los niños y las niñas tienen derecho a una nacionalidad. Este derecho es claro e inequívoco. El Gobierno de Myanmar debe dejar de emitir documentos que no garanticen derechos y actuar de inmediato para otorgar la ciudadanía a los rohingya.
Se lo debemos a Fátima* si queremos que tenga una oportunidad en la vida, para apoyarla en la realización de sus sueños y para que ella no siga siendo víctima de un conflicto en el que no participó.
*El nombre se ha cambiado para proteger la identidad
Fátima* (13) es una niña refugiada rohingya que se beneficia de uno de los espacios seguros para la infancia de Save the Children en los campamentos de refugiados rohingya en Cox’s Bazar, Bangladés. Es una de los 50.000 niños y niñas que forman parte de nuestro programa de protección infantil, lo que le permite tener un espacio seguro para jugar, recuperarse y volver a ser una niña. Como parte de un proyecto fotográfico, Fátima* dibujó sus emociones y temores en una imagen polaroid de sí misma.