Haití, 5 años después del terremoto
“Si mi madre y mi padre estuviesen vivos estaría protegida. No dejarían que viviese así”.
“Si mi madre y mi padre estuviesen vivos estaría protegida. No dejarían que viviese así”.
Estas son las palabras de Lovely*, una tímida chica de 12 años que trabaja como empleada doméstica. Myrlande, mi colega en Haití, me traduce sus palabras. Está conmovida por la historia de Lovely. Pero Lovely es muy práctica; sabe que su situación es común. Es a lo que le ha llevado la vida.
He vuelto a Hatí cinco años después del terremoto. Estuve aquí unos días después del destructor terremoto de 2010 en el que perdieron la vida más de 230.000 personas y que dejó a dos millones sin hogar. Me siento muy unida a Haití, así que cuando tuve la oportunidad de volver, la aproveché.
Estamos sentadas en una pequeña escuela en Puerto Príncipe. La hemos elegido por su anonimato. La oficial de protección que está con nosotros está embarazada. Me pregunto qué piensa de la situación de Lovely. Myrlande y yo hemos venido para entrevistas a niñas que son trabajadoras domésticas. El trabajo doméstico infantil es un problema importante en Haití, donde 225.000 niños de entre 5 y 17 años, la mayoría niñas, viven casi como esclavos. Viven atrapados en este estilo de vida por una serie de distintos acontecimientos desafortunados. Algunos son huérfanos, muchos han sido entregados por sus padres o por su familia con la esperanza de que otras familias, a cambio de las tareas que haga el niño, les den la comida, el cobijo y el acceso a la educación que sus propias familias no les pueden dar. Desgraciadamente, esos esperados benificios raramente se materializan, ya que a menudo los niños son entregados a familias casi tan pobres y sin apenas recursos para darselo a sus propios hijos.
Lovely* nos dice que a menudo le pegan y que hay muchos días en los que no le dan de comer. Se levanta a las 5 de la mañana, prepara la comida, va a recoger agua del pozo local, y hace la colada y la limpieza. ¿He dicho ya que sólo tiene 12 años?
Ni siquiera voy a la escuela. Antes sí iba, tengo hasta tercer grado, pero desde que mi madre y mi padre murieron ya no he vuelto a ir. Me gustaría ir a la escuela. Me gustaría ser alguien el día de mañana, aunque no sé qué me gustaría ser. Quiero decirles a otros niños en la misma situación que yo, a esos niños que como yo no tienen madre, que no tienen padre, que no se desanimen por la vida es como una bola, rueda y rueda y nunca sabes dónde te va a llevar”.
Lovely*
En Haití, Save the Children está trabajando a nivel nacional para concienciar sobre el abuso y la explotación infantil, y a nivel local con organizaciones de protección infantil para acabar con esta práctica. Nos despedimos de Lovely* con el corazón en un puño, sabiendo que todas las ONGs que estamos trabajando en protección infantil tenemos que ir mucho más rápido si queremos dar a niños como Lovely* la oportunidad de una vida mejor.
De vuelta al coche nos hacemos camino entre los atascos. Los escombros que rodeaban las carreteras casi han desaparecido, los edificios derrumbados se han reconstruido. Pequeños negocios y mercados a lo largo de la carretera están llenos de productos, pero todavía hay cerdos entre la basura y agua sucia en la cuneta.
Nuestra siguiente parada es una escuela primaria que Save the Children apoyó inmediatamente después del terremoto, ayudamos a quitar los escombros y reparar las clases, y que todavía apoyamos a día de hoy, con material escolar y formación para profesores. La educación es el principal foco de nuestro trabajo en Haití. Ha de serlo: sólo 2 de cada 10 niños en Haití saben leer cuando terminan primer grado, y el 15% de los niños abandonan la escuela antes del grado 6. Más del 50% de los adultos son analfabetos.
Aunque los efectos del terremoto casi han desaparecido, los recuerdos de ese día están muy vivos para todos los niños con los que hablamos. Nos cuentan sus historias de ese fatídico día. Hablamos con Jeantal, que no pudo salvar al bebé que intentó proteger cuando una pared se les vino encima. Dice que cada 12 de enero, en el aniversario del terremoto, tiene unos dolores de cabeza insoportables. Se le ve terriblemente afectado por los recuerdos.
También conocemos a Oswaldynyo, de 9 años, que se refiere a sí mismo como “petit homme” o “pequeño hombre”. Tiene una cicatriz en la frente causada por un ladrillo de cemento que le cayó encima. Nos ha estado contando sobre los simulacros de evacuación que han hecho en la escuela para que pueda protegerse si hay otro terremoto. Nos cuenta que le encanta la escuela; agarra fuerte su libro durante toda la entrevista, y prefiere mirar a través de él que a nosotros directamente. Está preocupado porque sus padres no tengan dinero para los libros o para el uniforme.
También conocemos a Betchina, una niña tímida y de voz suave de 13 años. Nos enseña su rodilla, que todavía tiene una gran cicatriz en el lugar en el que le cayó un bloque de cemento durante el terremoto. Quiere ser enfermera para ayudar a personas heridas y mantener a sus padres.
Estos niños tienen cicatrices físicas del terremoto, pero también signos de cicatrices emocionales. ¿Cómo tranquilizas a unos niños cuyas vidas han dado semejante vuelco de que algo así no volverá a pasar? En nuestro trabajo conocemos a muchos niños que nos dejan una impresión muy fuerte. Betchina es una de ellas. Me despido de ella deseando de todo corazón que consiga hacer realidad sus sueños.
La vida en los campamentos se ha convertido en algo permanente para más de 85.500 personas desplazadas a causa del terremoto. La mitad son niños. Todavía existen aproximadamente 123 campamentos. Servicios básicos como algua potable y servicios sanitarios son muy limitados, y casos de abuso son frecuentes.
Durante mi viaje, conocí a 5 niñas que vivían en uno de los campamentos más grandes. Todas nos dijeron que temían por su seguridad. Tenían miedo de las bandas armadas y de ir a los baños por la noche por si eran violadas. Pero a pesar del miedo y de las duras condiciones en los campamentos, estas chicas eran tremendamente inspiradoras. Son las líderes de nuestros clubs de protección infantil y son tan positivas acerca de su educación y de asegurar que sus derechos sean respetados. De hecho, ocurrió algo bastante notable durante las entrevistas. Cuando estábamos entrevistando a Marie Darline, ella nos devolvió la pelota y empezó a preguntarnos por nuestra misión y visión, por cómo íbamos a seguir ayudándola para conseguir su objetivo de ser diplomática.
Luego le tocó el turno a Katiana de probar su español conmigo, cuando decició que ya había pasado mucho tiempo contestando nuestras preguntas.
Abandoné el campamento llena de asombro por la labor que están haciendo nuestros trabajadores comunitarios con estos niños, ayudándoles a convertirse en unos jóvenes líderes tan fuertes. Me gustaría compartir las palabras de Katiana sobre ellos:
Quiero felicitaros por el trabajo que estáis haciendo. Save the Children nos está ayudando todo lo que puede, así que os pido que sigáis haciéndolo. Me ayudaría un montón y ayudaría a la comunidad muchísimo si seguís con el trabajo que habéis estado haciendo hasta ahora”.
Quiero prometerle a Marie Darline y a Lovely* que estaremos allí para ellas, pero la realidad es que las cámaras y los reporteros se han ido, la financiación se ha acabado y no puedo evitar recordar la tan usada frase por todas las ONGs hace cinco años. “No olvidemos Haití”, decíamos todas unidas. ¿Lo hemos hecho?