¿De la patera a
una familia de acogida?
Ossama salió de Costa de Marfil cuando tenía alrededor de 16 años. Primero pasó por Marruecos. Se quedó un año trabajando en la construcción para ganar dinero y comprar un asiento en una patera con destino Canarias. No fue fácil. Al segundo intento -en el primero, el cayuco se hundió- lo consiguió.
Los más de 5.000 niños y niñas migrantes no acompañados, igual que Ossama, que alcanzaron España el año pasado huyendo de la guerra, el hambre y la pobreza fueron atendidos en las primeras 72 horas. Después, pasaron lo más rápido posible al sistema de protección de menores de edad, donde se declaró su desamparo al no estar acompañado por referentes familiares.
En caso de que el adolescente no cuente con documentación identificativa y su minoría pueda ser dudosa, se abre un procedimiento para determinar su edad. Normalmente se realiza a través de pruebas oseométricas -a pesar de ser una práctica desaconsejada por los organismos internacionales- que dirán si es mayor o menor de edad.
Si se trata de un niño menor de edad, la comunidad autónoma tiene su tutela y el centro de protección -en el que vivirá el niño migrante- su guarda. El centro se debe encargar de que ese niño, niña o adolescente esté bien, cuidado, protegido y tenga sus necesidades cubiertas.
También existe la posibilidad de que ese niño o niña sea acogida por una familia, aunque en España la inmensa mayoría -el 94,7%- de estos niños y niñas de origen migrante no acompañados viven en residencias, según datos del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030.
Vivir en familia es un derecho
En nuestro país, de cada 1.000 niños y niñas que viven en una familia de acogida, sólo 17 son menores migrantes no acompañados. La Convención de los Derechos del Niño determina que vivir en familia es la medida de protección más eficaz para garantizar el adecuado desarrollo de los niños, niñas y adolescentes y ofrecerles los cuidados, la educación y la estabilidad que necesitan.
Para todos esos niños y niñas que no viven con sus familias de origen, pueden encontrar en las familias de acogida un hogar. Son una oportunidad para garantizar a esos pequeños y pequeñas que su derecho fundamental a vivir en familia se materialice.
A Ossama le hubiera gustado haber vivido en una familia de acogida. No pudo ser. Al cumplir los 18 años y tras salir del centro de menores de edad de Canarias, se encontró de la noche a la mañana en la calle. Como él, son miles los niños que sufren la soledad, la marginación y el aislamiento en el momento en el que cumplen la mayoría de edad.
Con las familias de acogida eso no sucede: siguen siendo familia una vez cumplen los 18 años. Israel y su pareja no dudaron en ningún momento en ser padres de acogida: “¿puede haber algo más bonito que haber hecho esto por un ser humano [acogerlo en una familia]?. La gente siempre piensa en los niños de la guerra, pero no hace falta que vengan de una guerra para ayudar a los niños y niñas. Aquí, en nuestro país, también se puede ayudar”.