Cuando la muerte no solo se produce en el mar
Este artículo escrito por Kate O' Sullivan, directora de comunicación en Save the Children Grecia
El invierno ha llegado a la isla de Lesbos. Una tormenta que duró tres días, trajo el caos y la desesperación la semana que más llegadas tuvimos a la isla: 48.000 personas habían llegado en bote a las islas griegas, más que todo el año anterior completo. A la isla de Lesbos llegaron 27.000 a la vez, y en el peor momento posible.
En circunstancias normales, una tormenta no debería ser un problema grave en una isla griega, pero en Lesbos, y en todas las rutas de viaje de aquí al norte de Europa, no hay alojamiento alguno en el que resguardarse o servicios mínimos. Es decir, que las personas que vienen huyendo de la guerra y la pobreza extrema, se encuentran con unas condiciones que son totalmente impensables en la Europa Moderna en la que vivimos. En Lesbos ha habido dos campos de tránsito. Moria para los que no eran sirios, generalmente de Afganistán. Los sirios suelen quedarse en Kara Tepe, que tiene un proceso de registro un poco más rápido. La respuesta más importante la estamos dando en este segundo campo, ya que la mayoría de los refugiados que llegan son sirios, pero esa respuesta no es aceptable y las consecuencias son ahora más evidentes que nunca.
Trabajamos en ambos campos junto a otras organizaciones y proporcionamos comida caliente una vez al día a entre 2.000 y 8.000 personas, dependiendo de las que estén ahí. También contamos con un espacio seguro para los niños y las madres que necesiten un lugar donde dar el pecho a sus hijos. Intentamos siembre identificar las familias más vulnerables para poder darles un apoyo extra. Estamos trabajando en mejorar los sistemas de protección de la infancia, haciendo aún más hincapié en los niños que están separados de sus familias o que llegan solos.
Pero nunca habrá servicios suficientes en Moria y cada día nuestro equipo trabaja con los niños y las familias que más ayuda necesitan, buscando médicos, dándoles información y ayudándoles a encontrar a quien les pueda ayudar en cada caso. Hace poco el campo volvió a ser un auténtico caos por el cambio de proceso de registro, los sirios empezaron también a ir a Moria. Las personas fueron trasladadas de uno a otro campamento. Hay muchísimos retrasos y personas atrapadas en la isla.
En el campamento de Moria me detuve al ver una niña temblando incontrolablemente. Ella era incapaz de andar o mantener contacto visual. Las manos y los labios estaban literalmente azules. Su madre estaba al lado, también se había quedado inmóvil. Uno de nuestros miembros del equipo cogió la niña en volandas y el resto acompañamos a su madre a un puesto de Médicos sin Fronteras. Una multitud se quedó esperando fuera, hay muchas personas que necesitan un médico. Minutos más tarde encontramos también tres jóvenes que habían perdido el conocimiento por una hipotermia. Sus amigos les habían arrastrado al campo por un agujero que había en la valla. Todos los que estábamos ahí hicimos lo imposible mientras esperábamos a que una de las dos ambulancias que tiene la isla, los llevase al hospital. Uno de los hombres recuperó el conocimiento y las lágrimas de dolor y angustia inundaron su rostro mientras frotábamos desesperadamente sus manos y pies intentando darle algo de calor. Miles de refugiados, incluidos niños, han tenido que dormir tres días en el campo que está al lado del campo de tránsito porque las colas para el registro de refugiados se ha movido fuera para hacer hueco al nuevo modelo de registro. Ahora mismo no hay baños para los que están esperando en las colas de fuera del campamento, lo que hace que las heces y el agua se mezclen. Estamos trabajando con otras agencias en proveer servicios de saneamiento básico, pero los sistemas y las necesidades cambian constantemente, y nuestros plantes se tienen que adaptar para asegurarnos llegar a los niños que son más vulnerables.
Solo las familias que se han registrado, pueden dormir dentro del campo de tránsito. Moria está en una colina y la mayor parte es de arena, por eso cuando llueve, se convierte en un barrizal. La piel de las manos y los pies de los niños está completamente arrugada de estar en el agua y el barro durante tres días. La gente empezó a encender fuegos en las tiendas de campaña para calentarse, pero el humo empezó a cubrir todo el campamento. Las personas que han huido de la violencia brutal que sufrían en sus países, como Siria, Irak o Afganistán, se echan a llorar viendo lo que les está sucediendo. Una mujer afgana que estaba en la cola de la línea de distribución de comida con sus hijos, se acercó a mi, me abrazó y se puso a llorar. Había llegado a su límite y necesitaba alguien, aunque fuera un completo desconocido. Durante el día, la gente pide ayuda a quien sea. Las madres envuelven a sus bebés en bolsas de basura para intentar mantenerlos secos y los padres sujetan bolsas de plástico sobre las cabezas de sus hijos. Hemos repartido todas nuestras reservas de mantas y ropa seca, pero no es suficiente. Han perdido el autoestima, la dignidad. Es duro de ver incluso para los trabajadores humanitarios como nosotros, que hemos trabajado en campamentos, zonas de conflicto y desastres naturales durante años.
Hasta la fecha hemos visto niños que mueren cuando su barco vuelca intentando llegar a Grecia por mar. Ahora sabemos con certeza que sobrevivir al mar, no es sinónimo de haberlo conseguido, la muerte también está dentro de los campamentos.
En la frontera entre Grecia y la ex República Yugoslava de Macedonia, por donde siguen la ruta de muchos refugiados, se espera que la nieve llegue pronto. Aunque haya más infraestructuras ahí, cuando cruzan la frontera, no tienen más que la ropa que llevan puesta para protegerse del clima. Estamos poniendo en marcha espacios seguros para los niños ahí, protegiendo a los niños más vulnerables y empezando a distribuir ropa de abrigo, botas y mantas para los niños. Pero ya estamos viendo personas que llevan bolsas de plástico dentro de los zapatos o sandalias, o incluso como impermeables improvisados. Cuando el paso de la frontera se hace de noche, los niños y los adultos tienen que hacer 1,5Km a pie entre la frontera de Grecia y la ex República Yugoslava de Macedonia, en la oscuridad, movilizados por los guardias fronterizos armados que les acorralan. Esta situación hace que los grupos acaben estresados y cansados.
Hacemos lo posible para mejorar la ruta que recorren los refugiados, pero no es suficiente. Esto es solo una imagen de lo que nos espera los próximos meses y es aterrador pensar en que un niño puede morir aquí, después de haber llegado hasta Grecia. Europa tiene que despertar y entender lo que significa el invierno para los miles de refugiados y migrantes que llegan aquí y siguen adelante con la esperanza de una vida mejor y más segura.